Debe de ser una condición del mestizaje que uno dedique más tiempo de lo estrictamente necesario a comparar las virtudes y los vicios de las razas o lugares o culturas de donde procede. No es en mi caso una cuestión meramente biológica, ni geográfica, ni cultural, ya que mi madre es española, mi padre era británico, he vivido media vida en cinco países donde se habla español y media en tres donde se habla inglés. Con lo cual las preguntas que uno se hace y las conclusiones que uno saca tienen que contener, si uno es honesto, muchos matices.
Hoy voy a intentar ponérmelo más fácil. Me voy a limitar a una pregunta. ¿Qué país está haciendo más el ridículo, España o Inglaterra?
No. No me voy a centrar en el fútbol. Ahí, gracias al Real Madrid y al Manchester United, la respuesta esta semana es demasiado fácil. Pondré el foco más en la política, la sociedad y, en el caso español, la ley.
Lo que define hoy a Inglaterra es el impulso suicida detrás del Brexit, prueba de que el síndrome expresado en la frase “¡viva la muerte!” no se limita al mundo hispano. Lo que pone a España en tela de juicio es el juicio a los presos políticos catalanes, síntoma de la resurrección de una derecha similar a la que Mario Vargas Llosa retrata en sus libros, que se suponía enterrada en el Valle de los Caídos.
Ambos países tienen buenos argumentos. Ambos están haciendo el ridículo de lo lindo. Ahora, no voy a mentir. A mí me gusta más España que Inglaterra, lo latino más que lo anglosajón. Si me dicen que me quedan dos años para vivir me voy a España en el siguiente vuelo y no me muevo más. Prefiero a la gente. Hay más simpatía, más conexión y más disfrute y por eso, en el fondo, más filosofía: se vive más acorde con la verdad de que la vida es breve.
Pero en cuanto a hacer el ridículo, si a fin de mes el Reino Unido sale de la Unión Europea sin un acuerdo, o sea, si se lanza de un avión sin paracaídas, hay buenas posibilidades de que deje de existir diferencia alguna entre los miembros del Parlamento británico y el elenco de Monty Python. Puede que el bufón en jefe Boris Johnson llegue a ser primer ministro de la antigua democracia.
Pero mientras tanto, hoy, esta semana, España es campeona del mundo. El ridículo se vuelve más ridículo, más risa provoca cuanto mayor sea la distancia entre la seriedad en la superficie y la estupidez de fondo. Como con el personaje del Inspector Clouseau, tan pomposo él y a la vez tan tonto, en las películas de La Pantera Rosa.
Viendo a uno de los testigos esta semana en el juicio que se lleva a cabo en Madrid contra una docena de personajes políticos catalanes me fue imposible no pensar en el Inspector Clouseau. El testigo, ahí para apoyar la imaginativa tesis de que los doce fomentaron una rebelión violenta, se trataba de un señor llamado Enric Millo.
Sin la inestimable aportación del señor Millo el juicio ya era una épica payasada. Los fiscales del Estado español argumentan que hubo violencia cuando no hubo violencia durante un referéndum que no fue referéndum el 1 de octubre del 2017 en Catalunya.
Pero ahí siguen, un mes después, y con cada día que pasa más grande el *ridículo. Tocaron fondo, o eso quiero pensar, con el señor Millo. Busquen su intervención en YouTube. El señor *Millo es el exdelegado del Gobierno español en Catalunya. En la parte más dramática de su testimonio cuenta que habló con algunos policías que habían sufrido las temibles consecuencias de haberse enfrentado a los padres de *familia, abuelos, abuelas y jóvenes que salieron de sus casas el 1 de octubre y se *dirigieron a unas urnas colocadas en ciertos colegios imaginándose que iban a votar por la independencia de Cata*lunya.
“Los testimonios –declaró Millo– eran estremecedores”. Estremecer, según la Real Academia Española, signi*fica “hacer temblar algo”. Cuando yo pienso en la palabra estremecedor me vienen a la mente imágenes de la época nazi o de una chica de 17 años que murió apuñalada por un desconocido en un parque aquí en Londres la semana pasada. Para el señor Millo, estremecedor significa otra cosa.
“Un agente me explicó –declaró temblando– que había caído en la trampa del Fairy”. ¿La trampa del Fairy? ¿A qué se podría referir?, me pregunté. ¿A algún método de tortura patentado por los soldados americanos contra los yihadistas presos en Guatánamo? ( Fairy, en su uso más vulgar, sería traducido del inglés como marica). ¿O al mundialmente famoso detergente verde para lavar platos patentado en la pérfida Albión en 1950?
El señor Millo se refería al detergente.
Ahora, por favor, a los lectores y lectoras más sensibles les ruego: dejen de leer las palabras que a continuación cito.
“La trampa del Fairy”, explicó el señor Millo, consistió en “verter detergente en la entrada de ciertos colegios para que cuando los policías entraran patinaran y cayeran al suelo”.
Aquí tienen, señoras y *señores, la prueba contundente –basado en el tes*timonio de un policía anónimo– de que hubo violencia de parte de los doce procesados catalanes, de que hubo rebelión, de que deberán cumplir hasta 20 años de cárcel por sus *crímenes… ¡Qué papelón! He cubierto muchos juicios como periodista en muchos países, pero nunca he visto cosa más absurda. Pero lo mejor, o más bien lo peor, lo que se lleva la medalla de oro a la ridiculez, es que aparentemente en España mucha gente se toma el *fairy tale (cuento de hadas) del señor Millo en serio. *Como ver una película del Inspector Clouseau creyendo que es un thriller poli*ciaco (y estremecedor) de verdad. Los jueces no se partieron de la risa. La prensa madrileña lo contó no sólo con toda solemnidad sino que interpretó el testimonio del señor Millo como un golpe serio a los acusados. “Las defensas empiezan a ponerse nerviosas”, rezó un titular.
Falta mucho tiempo más, según leo, para que se concluya esta farsa de juicio. Por favor: basta ya. Dejen de tirar *fondos públicos a la basura. Tengan el orgullo patrio de dejar de hacer el ri*dículo frente al mundo. No confirmen los prejuicios ancestrales que muchos tienen acerca de los españoles. Para resolver el caso busquen un niño de diez años de esos que saben cuándo los emperadores andan desnudos. Dará su *veredicto en cinco minutos. ¿Rebelión violenta? ¿De qué mierda me están hablando? Y de paso, si es buen chico y no posee la maldad que la simpatía de *demasiados españoles esconde, dejará libres a los presos.
Fuente. La pongo en último lugar, disimilada entre párrafos, para que primero se lea, y luego se opine. Aunque no los creáis hay mucho enteradillo empecinado en criticar al autor antes de leer su opinión. Dedicado a los simpatizantes de Carlin. Les gustará.