La actitud petulante y engreída de algunos independentistas catalanes, que se creen que Cataluña es el centro del mundo, y que tienen derecho a pisotear el Estatuto de Autonomía, y la Constitución Española, porque les votan dos millones de ciudadanos, constituye sin duda buena parte de la raíz del problema.

Tampoco quieren ver que la asistencia a los actos independentistas, va menguando una vez tras otra, incluso con la generosa contabilidad que caracteriza a la Policía Urbana de Barcelona, en este tipo de actos.

En ese sentido, los radicales lo tienen mucho más claro, y más cierto. Da igual que haya una manifestación, dos manifestaciones o cien manifestaciones, no va a haber ni independencia, ni referéndum, en un futuro previsible.

En lo que se equivocan las CUP, los CDR y otros radicales, es en que ellos van a poder forzar esa independencia o esa consulta, con las algaradas callejeras en Barcelona, y otras ciudades catalanas. Para empezar, el nivel de violencia tendría que subir varios grados, y eso disminuiría sin duda el número de personas dispuestas a asumir esa violencia, que entrañaría muertos en las calles. Y aunque se lanzaran definitivamente por esa vía, su derrota final sería más que probable, ante la respuesta del Estado español.

Lo que de verdad necesita el independentismo es afrontar la verdad, esa dolorosa verdad. Vamos a repetirla: no va a haber referéndum; no va a haber independencia. Es una ensoñación. Es preciso que los líderes más preclaros del movimiento, digan en voz alta lo que todos saben, pero no se atreven a compartir por miedo a ser tachados de botiflers.

Y a partir de ahí, como dicen en sus mejores momentos algunos miembros de Esquerra, intentar ampliar la base social. A ver si alguna vez llegan a tener 90 diputados en el Parlament, como primer paso. Y de ahí, a convencer a 2/3 de las Cortes españolas. Obviamente, es un proyecto muy difícil, pero tiene dos ventajas claras: una, es algo perfectamente legal, y legítimo; dos, mientras llega pues los políticos catalanes, y españoles, pueden dedicarse a problemas como la economía, la sanidad, las infraestructuras... hoy abandonados en Cataluña, en pos de ese sueño que, en realidad, es una pesadilla.