El repugnante saqueo de lo público en el Ayuntamiento de Marbella, a pesar de su extrema gravedad, no ha cogido de sorpresa. Los partidos, ante la caótica situación creada por el gilismo, tienen una gran oportunidad de hacer pedagogía política y denunciar lo que se oculta bajo el oportunismo de algunas candidaturas independientes y de los tránsfugas, que persiguen, fuera de cualquier y control, apropiarse de lo público para sus impresentables e insaciables intereses privados.
Iluso propósito el de la racionalidad política. Poco le ha faltado a Javier Arenas, el menos indicado por su pasado colaboracionista con el gilismo, para arremeter contra la Junta de Andalucía, la institución que en todo momento ha hecho frente a los desmanes urbanísticos, raíz de la corrupción de Jesús Gil y de sus acólitos militantes. Le ha faltado tiempo a Arenas para, sin sonrojarse, manifestar a los cuatro vientos que ya es hora de disolver el Ayuntamiento de Marbella, convocar nuevas elecciones y acabar con la inhibición de la Junta.
Arenas, precisamente, cuando era ministro comunicó en 2003 a Alfonso Perales, entonces consejero de Gobernación, que una iniciativa así, promovida desde Andalucía, sería tomada como una decisión de extrema deslealtad de una Administración autónoma contra el Gobierno de Aznar.
Es curioso que Arenas acuse a la Junta, protagonista de mas de 400 denuncias ante los tribunales contra la política urbanística de Marbella, de dejación de funciones, mientras en el Parlamento andaluz el PP se ha opuesto a la reforma de la legislación urbanística que posibilita la retirada de competencias a este Ayuntamiento.
Para quienes hemos padecido en persona el papel jugado por el PP en la nefasta travesía del gilismo, nada nos extraña. Arenas no sólo no ha sido ajeno a esta página nefasta de nuestra política provincial, sino muchas veces protagonista. No somos amnésicos; a los hechos nos atenemos.
En las elecciones municipales de 1991, el GIL irrumpe en Marbella para, entre otras promesas, dejarla "libre de políticos". Para el entonces impaciente PP, harto de estar en la oposición en el Gobierno central, fue motivo de indisimulada alegría que el GIL arrebatara esta alcaldía a los socialistas. Diezmada IU, el PSOE comenzó a intervenir como única oposición al GIL mientras el PP guardaba silencio.
En las elecciones municipales de 1995, la mancha del GIL se hizo extensible a Estepona y Casares. La primera por voluntad de las urnas, la segunda a través de la compra de ediles electos de otras opciones políticas. Comenzaba así otra fase de la fechoría corrupta del gilismo. El vuelco electoral hacia el conservadurismo se extendió en el litoral costasoleño. El PP, en 1995, accedió a las alcaldías de Vélez-Málaga, Nerja, Rincón de la Victoria, Málaga capital, Torremolinos, Fuengirola y Benahavís. Benalmádena cayó, asimismo, en manos de un ex militante del PP.
En esas fechas, en el fragor de la cruzada anti PSOE, tuvo lugar el gran pacto GIL-PP. A cambio del voto del GIL para dar al PP la presidencia de la Diputación de Málaga, los populares se comprometieron a que sus cuatro ediles del municipio de Benahavís votaran al único concejal con que contaba el GIL para que le representara en la Mancomunidad de Municipios de la Costa del Sol Occidental. De esta forma, el voto de este gilista facilitó que Gil obtuviera la presidencia de este órgano y se considerara ya casi el dueño de la Costa del Sol Occidental. En este pacto participaron los dirigentes del PP Javier Arenas y Manuel Atencia, encargándose de su ejecución la militante del PP, Ángeles Muñoz. Poco tiempo después, el GIL compró a otros ediles en Manilva y, junto al PP, presentó una exitosa moción de censura contra su alcalde socialista.
Pero ahí no quedó la cosa. A mediados de 1998, el PP apoyó en la Comisión Provincial de Urbanismo la pretensión del GIL de dar luz verde a la monstruosa revisión del PGOU de Marbella. Los miembros de la comisión que nos opusimos fuimos denunciados por Jesús Gil. El caso, meses después, fue archivado.
En agosto de ese año se produce en el PP una inflexión en esa trayectoria suicida. La osadía, el envalentonamiento de Jesús Gil y su creencia de que gozaba de total impunidad le llevó a convocar un pleno municipal en pleno mes de agosto para aprobar el PGOU rechazado por la Junta. En esa coyuntura, Jesús Gil, en clara fuga hacía adelante, hizo público su aspiración de acceder a gobernar el estratégico triángulo fronterizo de La Línea de la Concepción, Ceuta y Melilla, donde el contrabandeo, la economía sumergida y el malestar de sus poblaciones eran caldo de cultivo en su pretensión de extender sus mafiosos negocios.
Ante ello, el PP inició una acelerada mutación en su relación con el GIL. Tuvo lugar el relevo en la dirección del PP de Marbella de Alfonso Carlos Gutiérrez de Ravé, acusado por su partido de colaboracionista con el GIL. Ravé dijo entonces que no entendía lo que le estaba ocurriendo, ya que había sido un militante muy disciplinado que había hecho lo que la dirección le había ordenado. Fue sustituido, no casualmente, Ángeles Muñoz, militante de total confianza de Arenas.
Las elecciones de 1999 confirmaron las tendencias anunciadas. El GIL avanzó a costa del PP en Mijas, Benalmádena, Estepona, Fuengirola, Manilva, Casares y Ronda, mientras el PSOE se recuperaba en la mayor parte de esos municipios con las excepciones de Ronda y Casares. Las ganancias del GIL fueron abundantes en Ceuta, Melilla, La Línea de la Concepción, San Roque... El PP entendió el mensaje y firmó el pacto de las fuerzas democráticas para frenar al GIL.
En esa época, Gil comienza a ser abrumado por los procedimientos judiciales denunciados años atrás por el PSOE e inicia un rápido desmoronamiento. A sus acólitos, aterrizados en esas localidades, no les interesaba permanecer en sus sillas consistoriales si no habían conseguido poder municipal desde donde obtener pelotazos (Fuengirola, Mijas, Benalmádena y otros).
Sus desaprensivos fieles inician el sálvese quien pueda, y se rebelan contra Gil. Esos ediles, sin embargo, encuentran protección en la generosa red que les tiende el PP. Ejemplos: San Roque, La Línea y Estepona, donde el PP se hace con las alcaldías absorbiendo a los gilistas y rompiendo el pacto anti GIL. Fue Arenas el que urdió esa operación.
Tampoco es casualidad que dos instituciones que estaban investigando la corrupción en Marbella y sus conexiones, sufrieran el engaño de la regeneración que prometiera Aznar. En la Fiscalía Anticorrupción, era defenestrado el fiscal jefe, Carlos Jiménez Villarejo, y se suprimía la división del Centro Nacional de Inteligencia que se encargaba de investigar los delitos de corrupción.Todo ello con la aquiescencia del entonces ministro Arenas.
Julián Muñoz, vencedor de las elecciones de 2003, intenta salvarse de la quema judicial; rompe con Gil y busca el acercamiento a la Junta al cesar al todopoderoso Roca. Esta decisión le hace durar pocos días en la alcaldía ante una sorpresiva moción de censura que encabezan ediles de su propia lista, con una corista rociera como futura alcaldesa, Marisol Yagüe más los ediles del PA y de Isabel García Marcos, hasta entonces látigo de Jesús Gil, que abandonó su meritoria trayectoria y dejó estupefacto al
PSOE, del que fue expulsada.
No ocurrió así cuando un año después, Arenas amenazó a sus ediles de Ronda con su expulsión si apoyaban, con el PA y el GIL, una moción de censura contra la alcaldesa socialista. Defenestrados los socialistas del gobierno municipal, el ultimátum de Arenas a sus ediles se quedó en un amago hacía la galería. Otra mentira.
No debe Arenas sacar pecho en estos momentos, pues no sólo no está virgen sobre lo acontecido en Marbella, como tampoco lo está Ángeles Muñoz, sino que su relación con el gilismo y el transfuguismo de sus despojos no son antecedentes éticos que emular.
A todas las fuerzas democráticas hay que pedirles responsabilidad. Ahora hay que apoyar lo que la ley permita, enterrar la pesadilla del gilismo y que sea la ciudadanía marbellí quien, con su escarmentado voto, dictamine en 2007.