"Amante de la velocidad y de los coches potentes, en los años de su juventud fue el terror de la carretera". Contra lo que pudiera parecer, esta definición del expresidente José María Aznar no procede de ninguno de sus acérrimos adversarios, sino que forma parte de una hagiografía escrita por dos partidarios suyos, los periodistas Isabel Durán y José Díaz Herrera (Aznar: la vida desconocida de un presidente. Editorial Planeta), poco antes de las elecciones del 2000. Ambos conocían de cerca del entorno del político que la semana pasada se despachó a gusto contra las campañas de Tráfico del control de la velocidad y el alcohol. Y así lo demuestran en el voluminoso libro.
En la página 107 cuentan, por ejemplo, como "a los conductores del Partido Popular, Estanislao Cumplido de la Cruz y Juan Vilches, no les gustaba dejarle los coches porque los destrozaba" o que en la etapa en que era diputado por Ávila, "sus compañeros de partido temblablan cada vez que les pedía que fueran a recogerle a Madrid". Al parecer, tenía por costumbre exigirles que le dejaran conducir. "Yo voy a buscarle encantado pero no le dejo el coche, que luego las multas me llegan a mí", solían responder los militantes al secretario técnico de Alianza Popular (AP) de Ávila, Sebastián González, brazo derecho de Ángel Acebes. González reconoce que a menudo era incapaz de encontrar a un voluntario de Nuevas Generaciones dispuesto a ir a buscarle.
"En esa época --siguen los autores--, no había viaje en que no le parara la Guardia Civil por exceso de velocidad. Aznar, en la mayoría de las ocasiones, no se molestaba en discutir con el responsable de la patrulla de tráfico. Por el contrario, muy digno, les decía: 'Cumpla usted con su deber, agente'. Luego el partido pagaba las sanciones".
Pero no siempre era así. A veces las sanciones recaían en terceros que no tenían nada que ver, como prueba una conversación telefónica entre el jefe provincial de Tráfico en Ávila, Lorenzo Martín Ortega, ya fallecido, y el director del concesionario Volkswagen en la capital castellana, Rufino Yuste. El primero llama a este último y le dice lo siguiente:
"--Rufino, ven a verme y tráeme el carnet de conducir.
--¿El carnet? ¿Para que quieres tú mi carnet?
--Porque te lo voy a quitar hoy mismo y vas a estar tres meses sin conducir.
--Y eso, ¿por qué?, ¿qué he hecho de malo?
--¿Que qué has hecho? ¿Te has vuelto loco o qué? Tengo más de 30 multas de Burgos, León, Palencia y Valladolid. ¿Qué haces tú circulando en sentido contrario, saltándote los semáforos, aparcando en prohibido y en doble fila y sobrepasando todos los límites de velocidad?
Rufino cae entonces en la cuenta.
--¿Las multas no serán de un Passat gris metalizado?
--Sí, un Volkswagen Passat, efectivamente.
--Entonces envíalas a Alianza Popular. Porque el coche está todavía a mi nombre, pero se lo vendí a José María Aznar para la campaña autonómica y no lo llegué a conducir".
Los autores recuerdan en el libro que en esa campaña el Passat de Aznar recorrió 45.000 kilómetros y ya estaba para el desguace cuando finalizó.
Tras la lectura de algunos pasajes, queda la sensación de que la explicación dada por algunos políticos a las declaraciones de Aznar era inexacta. Quizá el alcohol consumido en la cata de vinos de Valladolid no le nubló la inteligencia sino que, como dice el refrán, le llevó a revelar lo que de verdad piensa y nunca se había atrevido a decir en público.
El libro da más pistas sobre ello. También desvela que Aznar, según su esposa, Ana Botella, era un desastre en la cocina y asegura que "si no se ha muerto de hambre es porque de joven era aficionado a las hamburgueserías, las pizzerías, la coca-cola light y a todo tipo de comida-basura". Ahora ya sabemos por qué tras la cata de vinos criticó las campañas de Sanidad contra la comida rápida.