El debate público en España ha llegado a extremos tan delirantes que parece necesario que vengan de
fuera a decir lo obvio para que nos demos cuenta del extremo al que está llegando el
nacionalismo en su lucha por
destruir nuestra nación. Así, el valor de la opinión de
Joachim Hunold, director general de
Air Berlin, publicada en la revista de la aerolínea, no reside tanto en su claridad ni en su lógica aplastante, sino en el hecho de haber sido escrita por un
alemán a quien los sentimientos
nacionales o
regionales de los españoles
no tienen por qué importar.
La
imposición lingüística del idioma de la región –o de una comunidad autónoma vecina– no se ha empleado tanto para preservar unas lenguas en vías de extinción como para
crear barreras artificiales entre españoles. Dado que ni la
historia ni la
raza ni ninguna de las habituales razones que se suelen aportar para
justificar la
secesión pueden aplicarse a ninguna región española, los nacionalistas se han aplicado con mimo en el uso del
idioma no como herramienta de comunicación sino como
"hecho diferencial", que sirva para separar y no para unir.
(...)
Durante un tiempo, los
nacionalistas nos
engañaron con el
señuelo del
bilingüismo. Nos aseguraban que hacían lo que hacían para
garantizar los derechos de los ciudadanos, se expresaran en la lengua que se expresaran. Pero era una
excusa, una manera de comenzar el camino que les llevara al más
absoluto monolingüismo en cualquier lengua que no fuera la común a todos los españoles. Una vía que
también han recorrido gustosos
socialistas y
populares en regiones en que han gobernado, como
Galicia o
Cataluña.
(...)
España se dirige lentamente a una
nueva era medieval, con las
elites políticas regionales como
nuevos señores feudales. Con ella se van por el desagüe nuestras libertades individuales. Alguno quizá las eche de menos cuando ya sea demasiado tarde.