Cuando fluye la baba y el periodismo se acojona la tiniebla va cubriendo el espacio vacío; un territorio abandonado que ocupan
pajilleros, reprimidos, grasientos, puteros, siniestros, cobardes y acomplejados, con nombres y apellidos.
Son de ilustres burgos, ansones, losantos, pejotas, usias y alguna que otra schlichting, pero
segregan ese líquido viscoso y corrompido por la comisura de sus parpados, acentuando el asco que desprende su mirada.
Tenemos que mirar sus caras, seguir con atención el recorrido; ver como avanza ese residuo
pútrido que desciende por los pliegues hasta la boca, como carcome gota a gota su lengua
relamida; como la inunda y luego la desborda, para proseguir su camino hasta la
mano pegajosa que sostiene la pluma y derramar allí toda su miseria.
Cuando fluye toda esta baba compartida y el periodismo se acojona, estos
mirones clandestinos, estos
fetichistas de la mugre, se proclaman profetas con derecho de pernada, levantan púlpitos con barrocos tornavoces, apoyan sus falanges en el antepecho,
despliegan su abyección más tenebrosa y
corrompen el espacio compartido.
Cuando el periodismo se acojona delante de estos
usurpadores del oficio, la cloaca extiende su dominio, se adueña de la plaza pública y construye allí su pasatiempo favorito: el
juego delictivo del insulto, donde
prevalece y se premia la discriminación por razón de
nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o
cualquier otra condición o circunstancia personal o social, como pueden ser la
orientación sexual, la fe o falta de ella, la ideología, la gestación, la edad, el nombre o el apellido.
Cuando el periodismo se acojona delante de estos
mediocres, que
confunden la baba con el intelecto, nuestra profesión pierde el futuro; los ciudadanos, su libertad, y la democracia, el sentido.
El periodismo tiene que hacer frente a la contaminación que desprenden estos
exhibicionistas de la baba en la pluma, a la perversión que esconden bajo el necesario paraguas de la libertad de expresión.
Son previsibles. Se plantan delante de sus víctimas y
abren con rapidez
sus gabardinas, dejando ver su
desnudez intelectual. Pero, son
cobardes. Si les plantamos cara, mirando fijamente sus
despojos orgánicos, señalando con el dedo su
minusvalía y mostrando nuestro
desprecio con una sonora carcajada, que al tiempo alerte al resto de la ciudadanía, salen corriendo a esconder sus
complejos y sus
colgajos... en el
fango.
(A ellas, que sufren estos días el maltrato de quienes quieren robarnos el oficio: disculpas.)