¿Libertad de expresión o intereses en la Cope?
QUINTÍN GARCÍA GONZÁLEZ
EL PAÍS - Opinión - 10-04-2006
Oigo en los telediarios de la noche que han expulsado a la Cope de la Asociación que realiza el EGM, y al amanecer vuelvo a caer en la tentación cristiana de escuchar la cadena episcopal por si hubiera en ella alguna palabra de autocrítica o cuestionamiento sobre los métodos empleados para interferir el proceso de estudio de audiencias. Digo una palabra de cuestionamiento, no ya de arrepentimiento y dolor de los pecados, más el cumplimiento de la penitencia, ahora que estamos en Cuaresma y los obispos nos lo predican a los demás, por haber asaltado la diligencia con intención de llevarse la saca del banco. Nada de nada, sino las mismas voces fanfarronas que siguen llenando con su ruido y sus sables esas horas aún vírgenes. Pero es tal la vehemencia y el grosor de los epítetos contra unos y otros con que habla el augur agorero del alba que venzo mis reparos por decepciones anteriores, y como uno es de natural impresionable, me dejo encoger el ánimo por vivir en un mundo en el que todo está patas arriba y en una permanente catástrofe.
Influenciado por lo escuchado, salgo al trabajo con paraguas y un buzo para el diluvio universal que, según acabo de oír, está cayendo ahí fuera, en los largos prados de la patria. De paso, me acerco a una armería enfrente de mi casa y me compro un tanque para defender mis ideas contra las de la otra media España, que al alba han asegurado me espera a la vuelta de la esquina para robarme y violarme por español, por mesetario, por católico y por cura. Luego resulta que no llueve, y tengo que pasarme todo el día con el estorbo del paraguas de acá para allá, con el peligro de perderlo. Y sin saber qué hacer con el tanque, porque ya me dirán, tan poco manejable y tan peligroso. Y sin notar que nadie me robe.
Cuando regreso a casa y me acuesto, mientras recapitulo en mi mente las cosas del día, vuelvo a sentirme ridículo y atrabiliario recordándome con el paraguas, el buzo y el tanque a cuestas, con lo que pesa. Ya al borde del sueño cobarde llego a la conclusión de que la información toda que había oído de madrugada en la Cope, tan absolutamente descabalgada de lo que yo había visto y olido en la calle, era una estrategia de los obispos -sección acorazada- de amenazarnos con el infierno de catastrofismos y desgracias sin fin en esta vida -como nos hicieron en la infancia con el infierno flamígero en la otra- para que sigamos teniéndoles miedo. O sencillamente que los responsables episcopales habían querido gastarme una broma con su programa informativo matinal. Una broma ténebre como esa del Limbo fabricado para los niños muertos sin bautizar, que, después de haber angustiado a tantas conciencias en nombre de un dios pagano y sanguinario que engullía niños sacrificados en las piras del templo, ahora resulta que era una simple teoría teológica rigorista, y que habrá que revisar no se sabe cuándo, ni quién se hace cargo de los costes y sufrimientos religiosos ocasionados.
El tema, a pesar de lo intempestivo de la hora, me escocía el alma. Y me entró la desazón de las preguntas: qué memoria de Jesús habremos estado transmitiendo los católicos si los niños, por no bautizados, no podían ser ni abrazados ni bendecidos por Dios con lo clara que está, e iluminadora y llena de ternura, la escena evangélica del "dejad que los niños se acerquen a mí". Y eso a pesar de las angustias abisales que esa interpretación o teoría nos producía a tantos (pero todos callados como muertos). Me pregunté qué memoria transmitimos ahora si el prójimo empobrecido y aherrojado a las alcantarillas de la historia, como los inmigrantes subsaharianos de vallas y pateras o el presidente electo de uno de los países más pobres y esquilmados de la tierra, por "indio a rayas" (sic) y antiimperialista, son objeto de mofa en los púlpitos católicos de la Cope. También me pregunté qué herencia de Jesús de Nazaret vamos a transmitir si los profesores e investigadores disidentes de teología, que ofrecen reflexiones cristianas innovadoras -el jesuita Juan Masiá en las últimas fechas, y tantos de ayer y de hoy; un recuerdo especial para Ives Congar cuyo libro, Diario de un teólogo, espeluzna evangélicamente por la vileza en la persecución no sólo intelectual, sino vital- son cesados de forma inhumana de sus puestos de trabajo sin enjuiciamiento ni defensa, ni agradecimiento siquiera por los servicios prestados. Y más grave aún: son negados en su ser de personas pensantes y libres y cristianas. Y en su servicio y misión eclesial de desvelar y afrontar las contradicciones que el pueblo de Dios con sus pastores vamos generando entre la herencia recibida, por un lado, y las falseadas realizaciones concretas, por otro. ¿Quién nos ayudará, sino los libres y profetas, a liberarnos de los ídolos que el cuerpo eclesial edifica de continuo: el culto a la personalidad (autoritarismo jerárquico); el sacrificio del hombre y sus gritos, y angustias al sábado sagrado y a las inercias históricas; el encerrar a Dios en nuestros rígidos sistemas lingüísticos, doctrinales y morales? ¿Quién, si no los libres, nos liberarán de estos yermos campos eclesiásticos?
En ese momento caigo en la cuenta de la extrema paradoja en la que se mueven los obispos españoles: resulta que son ellos los que tienen y reparten generosamente libertad. Verán: para justificar algunos programas de la Cope y sus reduccionismos, sus insultos y tonos apocalípticos, su clima antievangélico y fratricida, su bandería y seguidismo partidista expreso, su belicismo en Irak y contra "el moro invasor" -ésas sí son caricaturas blasfemas del Dios cristiano-, los obispos encargados, con el silencio cómplice de otros muchos, a pesar de las protestas de tantos sectores eclesiales -ya sé que hay aplausos también-, invocan la libertad de expresión de los agentes informativos y opinativos de la emisora. ¡Bendita libertad en boca de esos obispos! Pero si la libertad de expresión es un derecho de los informadores de la Cope, que lo es -otra cosa es la contradicción de sus mensajes con la titularidad católica que aparece en la portada-, entonces ¿por qué no aplican los señores obispos ese mismo criterio de libertad de investigación y de expresión a Juan Masiá y a todos los disidentes intraeclesiales? Sin duda porque unos, los de la Cope, coinciden con los intereses de los que gestionan como empresarios el poder eclesiástico, y los otros, no.
En fin, que no eran horas ya, así que con su pan se lo coman, me dije. E hice propósito cuaresmal de no volver a dejarme influir nunca más por la vehemencia matinal del agorero augur del alba y sus latigazos y catastrofismos. Ni volver a tener miedo y salir a la calle con buzo, paraguas para el diluvio universal y tanque para la guerra. Ni volver a creer a los señores obispos -a ejemplo de lo del Limbo- cuando dicen eso de que ellos respetan la libertad de expresión de los periodistas y colaboradores de su empresa, y de lo que se trata en verdad es de mantener la Cope tal y como está porque con ella disponen de un arma de presión social de alta morbidez con la que defender sus intereses ideológicos, políticos, doctrinales, empresariales y económicos, revestidos, eso sí, con un piadoso manto escarlata de acción salvadora y pastoral. ¿Asaltando diligencias? (Hasta mañana, buenas noches).
Quintín García González es sacerdote dominico, periodista y escritor.