Llega el día del gran estreno. Uno llega feliz a la cola enorrrrrme ante la taquilla del cine, paga una carííííísima entrada, y te dejan acceder a una sala completamente abarrotada.

Finalmente consigues sentarte en la única butaca que queda libre. No es la mejor (pegada a la esquina casi detrás de una columna que te resta visión) pero es la única que queda libre.

Al fin, se apagan las luces. La gente sigue alborotando, pero piensas que ya se callarán cuando comience la película. Se ilumina la pantalla y para tu desgracia suena la estridente melodía de Movierecord. De ahí *a media hora ya sabes que lo único que vas a ver son spots publicitarios, extraidos directamente de la televisión, lo cual significa que tendrán una calidad de imagen terrible.

Y uno piensa: «He pagado un puñado largo de euros por ver esta película ¿y me tengo que tragar [s]por cojones[/s] media hora de publicidad infumable?». Es como si pagaras una pequeña fortuna para entrar *en una discoteca de moda y antes de acceder a la pista tuvieras que soportar veinte minutos de tabarra de un vendedor de enciclopedias a domicilio.

Por eso desde aquí reivindico: boicot a los spots publicitarios previos a las películas. Sí a los trailers cinematográficos. No a la Leche Pascual en pantalla grande. *

P.D.: Durante el estreno de la última entrega de «El Señor de los Anillos» no sé vosotros, pero yo tuve que tragarme ¡treinta y cinco minutos de publicidad! (cronometrados, os lo aseguro).