Se acaba el centenario de [ch1044][ch1084][ch1080][ch1090][ch1088][ch1080][ch1081] [ch1064][ch1086][ch1089][ch1090][ch1072][ch1082][ch1086][ch1074][ch1080][ch1095]

Aún no he podido preparar el post que quería poneros, a ver si mañana :-[, pero ir revisando vuestros discos de Shosta pues seré yo quien os pida consejo

Aunque tengo otras versiones en SACD de algunas de sus sinfonías (4, 5, 7 & 9, Gergiev y la Kirov Orquesta), acabo de pedirme la integral de Caetani, 12 discos, por 69,13 euritos * puesta en casa, gracias a caiman amerique:

http://www.amazon.fr/gp/offer-listin...377630-2713013



A ese precio no me he podido resistir. Salen a menos de 6 euros por SACD.

Y mientras Lucky se recupera de los estragos de la Nochevieja, pidéndole perdón de antemano por entrometerme en su hilo, ahí van un par de buenos artículos acerca del compositor:

Uno con una interesante reseña biográfica:

http://www.elmundo.es/papel/hemerote...ca/799580.html

EL MUSICO QUE IRRITO A STALIN

CÉSAR VIDAL

Cuando Shostakovich estrenó su «Lady Macbeth», el tirano abandonó el teatro indignado. Ahora la ópera llega a España de la mano del ex disidente soviético Rostropovich

El calendario marcaba el día 28 de enero de 1936. El periódico Pravda, mediante un editorial sin firma titulado «Confusión en lugar de música», se refería a la obra de Dimitri Shostakovich titulada Lady Macbeth de Mtsensk como «una corriente confusa de sonido» repleta de «aullidos, gruñidos y zumbidos» que habían sido diseñados para introducir en «el teatro y en la música los rasgos más negativos del meyerholdismo infinitamente multiplicados». La crítica era ciertamente muy negativa pero concluía de una manera indiscutiblemente inquietante afirmando que al comportarse de esa manera Shostakovich había «ignorado la demanda de la cultura soviética en favor de que toda aspereza y salvajismo fueran abolidos de cada rincón de la vida soviética».

Una semana más tarde, un segundo editorial anatematizaba otra de las obras musicales de Shostakovich con un tema oficialista en la medida en que pretendía representar los gozos derivados de la vida en una granja colectiva del estado acusándola de ser «música sin carácter». Para cualquiera que conociera mínimamente la vida soviética era obvio que los días musicales de Shostakovich podían estar rozando su fin.

La condena oficial de Shostakovich se hallaba estrechamente relacionada con el fenómeno político-artístico denominado «realismo socialista». Lady Macbeth había sido estrenada en 1934 en Leningrado con gran éxito. Pero dos años después, en Moscú, no resultó del agrado de Stalin. Lo que el poder deseaba ardientemente era la composición de obras, ya fueran pictóricas, literarias o musicales, que retrataran de manera entusiasta los logros de una sociedad que había implantado el primer régimen socialista de la Historia.

Para ello resultaba recomendable -en realidad, indispensable- la utilización de cánones propagandísticos fáciles de asimilar por las masas. Lo grave, sin embargo, era que Shostakovich, que no se amoldaba del todo a ese patrón, gozaba, sin embargo, de una popularidad extraordinaria e incluso hasta unos días antes se le consideraba ungido por el beneplácito de Stalin. Desde luego, razones no le faltaban al compositor para su éxito.

Aunque había nacido el 25 de septiembre de 1906 en San Petersburgo, su carrera había transcurrido íntegra tras el golpe bolchevique de octubre de 1917. Entre 1919 y 1925 había estudiado en el conservatorio de esta ciudad con Aleksander Glazunov y Maximilian Steinberg y el estreno de su Sinfonía nº 1 en fa menor, opus 10, compuesta en 1926 cuando tan sólo contaba 19 años, provocó una auténtica oleada de aceptación popular. Se trataba de un autor moderno, capaz de asimilar las nuevas corrientes pero dotado al mismo tiempo de la solidez de lo clásico. En 1928, su ópera La nariz había merecido algunas palabras negativas de los dirigentes del Partido Comunista pero no había pasado de ser una advertencia casi suave en medio de un coro ininterrumpido de aplausos. En realidad, Shostakovich se había situado sin desearlo en la línea de fuego cuando decidió escribir el Anillo de los Nibelungos soviético que consistiría en «la primera tetralogía operística sobre mujeres». La primera parte de este proyecto la constituiría su segunda ópera Lady Macbeth of Mtsensk, basada en una novela de Leskov, el autor de la genial El pensador solitario. Shostakovich había podido escribir la ópera gracias al permiso de Stalin, pero el dictador abandonó la representación y aquello significó no sólo la censura del libreto sino, sobre todo, el inicio de los ataques.

Mientras en Nueva York el público formaba colas que daban la vuelta al edificio y esperaba horas bajo la cellisca para entrar a escuchar la innovadora ópera, en la URSS se desataba una nueva persecución contra los intelectuales. El teatro, la pintura, la escena y la arquitectura se vieron acusadas por Stalin de llevar a cabo «excentricidades formalistas». Las detenciones de artistas volvieron a menudear y entre los sumideros del gulag desaparecieron algunos de la talla de Mandelshtam. Shostakovich fue de los pocos que no se dejó asustar. Hasta afirmó que seguiría componiendo «incluso si me cortan las manos y tengo que sujetar el lápiz con los dientes». A él se sumó gallardamente Prokofiev. Sin embargo, ambos sabían que si no se doblegaban siquiera en parte, Stalin los quebraría definitivamente.

Prokofiev decidió escribir una ópera basada en la panfletaria novela Yo soy un hijo de la clase obrera, de Kataev, y Shostakovich intentó combinar el seguir escribiendo el mismo tipo de obras con la apariencia de que aceptaba lo razonable de los ataques recibidos. En 1937 se estrenó su Sinfonía nº 5 en re menor, opus 47, que llevaba el significativo subtítulo de Respuesta de un artista soviético a una crítica justa. La obra fue bien recibida no sólo por el público, al que seguía entusiasmando, sino también por el PCUS. Sin embargo, Shostakovich fue lo suficientemente prudente como para abandonar su proyecto de crear el Anillo de los Nibelungos soviético. Se trató de una medida sensata porque por aquella fecha la música soviética produjo obras tan pavorosas como la versión operística que Ivan Dzerzhinsky realizó de El Don apacible, la novela plagiada por Mijail Sholojov a un antiguo soldado del ejército blanco.

La llegada de la guerra mundial proporcionó un cierto alivio a Shostakovich. Su Sinfonía nº 7 en do mayor, opus 60, Leningrado (1942), en la que se conmemoraba la resistencia de la población de la citada ciudad frente al asedio nazi obtuvo un gran éxito. Sin embargo, las cuitas del compositor distaban mucho de haber concluido. En 1948 su música fue atacada de nuevo por razones políticas y, una vez más, se vio obligado a realizar declaraciones públicas en las que aseguraba que cambiaría su estilo. Lo que le salvó fue, muy posiblemente, la muerte de Stalin y el deseo de superar la época del realismo socialista que se produjo de manera efímera durante los primeros tiempos de Jrushov.

En 1956, Shostakovich recibió la Orden de Lenin, el máximo galardón soviético, y 10 años después se convirtió en el primer compositor que recibía la condecoración de héroe del trabajo socialista. Fue precisamente en esa época cuando Rostropovich (amigo y alumno) estrenó sus dos conciertos para violonchelo (1959 y 1966), y no dejaron ya de sucederse los reconocimientos oficiales hasta su muerte en Moscú, el 9 de agosto de 1975. Y, sin embargo, el sistema soviético seguía siendo marcadamente dictatorial sin que de esa calificación pudiera escapar el control ejercido sobre los artistas.

En 1974, apenas unos meses antes, Rostropovich, que tan unido se había sentido siempre a Shostakovich, y su esposa habían tenido que abandonar la URSS debido a la presión insoportable que se ejercía sobre él. Cuatro años después se les privó de la ciudadanía soviética. Habría que esperar a los estertores de la URSS para que ésta les fuera devuelta. Al final, la libertad sólo había regresado con el final de la dictadura comunista.

Otro interpretando su significado en el siglo pasado:

http://www.elmundo.es/papel/2005/12/...n/1909657.html

El año Shostakovich

DAVID TORRES

El año que entra se oirá hablar mucho del año Mozart porque se cumplen 250 años de su nacimiento, pero no hagan caso: Mozart tuvo su centenario hace cuatro días. Lo esencial el próximo año será hablar de lo que sea, con tal de no hablar de Shostakovich.
Mozart es todo lo que quisiera ser Europa. Shostakovich (que nació en 1906) es Europa tal cual: la pesadilla de una historia empachada de sangre humana, las matanzas, las deportaciones en masa, la guerra, el hambre, Auschwitz, Siberia. Mozart es la razón que sueña cielos, palacios deslumbrantes: Shostakovich, el sueño desquiciado de la razón pariendo consignas y monstruos.

Los siglos mueren con años de retraso. En Chechenia, en Irak, en las masacres de Nueva York, Madrid, Londres y Bali, el siglo XX sigue coleando, arrastrando su triste manto de catástrofe.Por eso en 2006 deberíamos recordar al músico que representa, como ningún otro, a esta centuria que no acaba de irse, empapada de humanismo sordo y ciego, de utopías rotas y de cadáveres.Quizá haya músicos más grandes que Shostakovich, pero ninguno simboliza como él, en carne y sonido, el espanto de haber vivido este calvario de mentiras y hecatombes, el horror de los campos de concentración, el chiste de la política, la farsa de que los monstruos lleven careta humana y de que ciertos seres humanos sean menos que monstruos.

El monstruo particular de Shostakovich se llamó Stalin: durante décadas tuvo que vivir con el miedo de que un día llamaran a su puerta y se lo llevaran para siempre, como a tantos amigos.Pero de algún modo logró decir la verdad: la gente que acudió al estreno de su Quinta Sinfonía salió llorando en silencio.En ella, quizá por primera vez, la música (el instrumento de introspección más poderoso que haya inventado el hombre) salía de la esfera privada a la pública. esa es su fuerza y su gloria.

En la Séptima, compuesta durante el cerco de Leningrado, levantó un monumento a la devastación y la locura de la guerra, pero también un lúcido, implacable testimonio del estalinismo, una crónica del miedo, un réquiem. Desde entonces ya no pudo abandonar el papel de yurodivi, el loco que dice la verdad, el profeta visionario del que todos se apartan y al que ni siquiera el zar se atreve a rebanar el cuello.

Hace tiempo, la raza humana envió una sonda fuera del sistema solar. Entre los mensajes enviados para una hipotética inteligencia extraterrestre hay un preludio de Bach. Nadie podría encontrar una música más desnuda, más bella: todos los logros científicos, matemáticos y artísticos de la Humanidad quintaesenciados en tres minutos gloriosos. Pero, como Mozart, esa música nos habla no de lo que somos sino de lo que quisiéramos ser. Si, además de la belleza, hubiéramos querido contar toda la maldad, la miseria y la mentira que habitan esta pequeña lágrima azul, no habríamos enviado a Bach de embajador. Habríamos enviado a Shostakovich.