Una completa sorpresa. Así describen, quienes acudieron a lo que parecía una visita política rutinaria más, el discurso que realizó el líder del Partido Conservador británico,
David Cameron, ante la estupefacta audiencia de uno de los barrios más deprimidos de Glasgow a principios de la semana pasada. “Hoy voy a decir, lo que nadie se atreve a decir”. Y, a partir de ahí, se despachó con una plática elegante en la forma pero brutal en el fondo en contra de la neutralidad moral que, a su juicio, impera en la sociedad británica actual y, por qué no decirlo, en el conjunto de la sociedad occidental. Un ataque a la corrección política que merece la pena reproducir en su integridad.
“Nosotros, como sociedad, hemos sido demasiado sensibles. Para no herir los sentimientos de los ciudadanos, con objeto de evitar parecer excesivamente críticos, hemos dejado de decir lo que hay que decir. Llevamos décadas en las que se han ido paulatinamente erosionando la responsabilidad, las virtudes sociales, la autodisciplina, el respeto mutuo, las conquistas a largo a cambio de la satisfacción inmediata”, fue su arranque. “Por el contrario, preferimos la neutralidad moral, no entrar en juicios de valor acerca de lo que son comportamientos adecuados o equivocados. Malo. Bueno. Correcto. Impropio. Son palabras que nuestro sistema político y nuestro sector público apenas se atreven a utilizar”.
Los 18 puntos de ventaja que Cameron mantiene, según los sondeos, sobre
Gordon Brown le han llevado a una campaña no exenta de riesgos similar a la que hiciera en su día el primer ministro
John Major y que tan malos resultados le acarreara. De ahí que el candidato conservador continuara: “De acuerdo, no soy ajeno al estupor que estas palabras producen en la boca de un político. Están en su derecho de preguntar, ¿qué pasa con ustedes? Miren, déjenme que les diga una cosa: somos humanos, cometemos errores y nos achantamos con frecuencia. Nuestras relaciones se rompen, se deshacen nuestros matrimonios. Fallamos como padres y como ciudadanos igual que todos ustedes”, se justificó. “Pero si el resultado de todo esto es un silencio cómplice acerca de las cosas que realmente importan, entonces estamos fallando por partida doble. Renunciar al uso de esas palabras –malo, bueno; correcto, impropio- implica una negación de la responsabilidad personal y una caída en el relativismo moral”.
A partir de ese punto, entró en el tema nuclear de su discurso, que gira en torno a idea de “sociedad rota” y a la capacidad de la política para restaurarla. “Hablamos de personas que están en riesgo de obesidad en lugar decir por su nombre que comen demasiado y no hacen ejercicio. Decimos que tal o cual colectivo se aproxima al abismo de la pobreza o de la exclusión social, como si todos esos factores –obesidad, alcoholismo o drogadicción- fueran meros factores externos, como una plaga o el mal tiempo. Obviamente las circunstancias influyen. Tu lugar de nacimiento, tu vecindario, tu escuela, tu situación familiar. Pero los problemas sociales no dejan de ser consecuencia de decisiones humanas.”
La familia
“Corremos el riesgo de convertirnos en una sociedad amoral, donde ya nadie diga la verdad acerca de lo que está bien y lo que está mal, de lo que es correcto o resulta impropio. La consecuencia es terrible: la ausencia de límites hace que nuestros hijos piensen que pueden hacer lo que les parezca ya que ningún adulto intervendrá para ponerles freno. Ni siquiera, a menudo, los propios padres. Y eso tiene que terminar”. Una referencia directa a la ola de violencia adolescente que vive el país y que, a juicio de Cameron, requiere, para su corrección, rescatar un concepto de “cultura nacional“ que aliente el ejercicio de la responsabilidad tanto personal como colectiva.
De ahí que concluyera recordando el compromiso de los padres en esta tarea ya que “este cambio cultural tiene que comenzar en casa: los valores que hay que recuperar en esta sociedad rota y que nos van a permitir cimentar una sociedad más fuerte son valores que deben ser enseñados en casa, en la familia”.