, vive en Barcelona, calle Rosellón 267. Su marido,
D. César Sánchez Catalina, era jefe técnico de “Transradio Española”. Fueron detenidos ambos el día
22 de marzo de 1938, por una patrulla de la policía roja a cuyo frente iba como jefe Julián Grimau García, quien se apoderó de todos los objetos de valor, dinero y documentos que llevaban tanto ella como su marido. En la casa hicieron un registro, destrozando muebles y cuadros religiosos, y se llevaron todo cuanto creyeron de valor. Fueron conducidos a la “Brigada Criminal”, localizada en el número 1 de la Plaza Berenguer el Grande
, en cuyos sótanos tenían montada una checa. Fueron objeto de crueles tratos de palabra y obra, especialmente su marido, de quien trataban de conseguir que hiciera declaraciones y delatara a los componentes de “grupos” que decían controlaba. Doña Joaquina Ventoldrá declara que la mandaron desnudarse completamente y que luchó y gritó desesperadamente cuando intentaban quitarle la ropa.
Su marido fue separado de ella y encerrado en una celda sin ventilación, debajo de una escalera, en la que era muy difícil mantenerse erguido. Permaneció en esta celda durante cuatro meses, al final de los cuales pasó a la Cárcel Modelo de Barcelona, pues había sido “juzgado” y condenado a muerte. El “juicio” duró cinco días, y, durante ellos, Julián Grimau impidió que los presos fueran visitados por sus familiares, a quienes echó violenta y groseramente a la calle el último día. El
11 de agosto de 1938 fue fusilado
Sánchez Catalina en los fosos de “Santa Elena”, en Montjuich, en unión de sesenta y dos personas más, la mayor parte detenidas por Julián Grimau.
Doña Joaquina Ventoldrá Niubó fue encerrada en una celda muy húmeda. Desde ella oía los gritos de Julián Grimau que amenazaba con fusilar a todos. Un día una señorita apellidada
Antolina, contestó vivamente a las amenazas de Grimau diciendo que para ella sería un honor ser fusilada. Julián Grimau la empujó violentamente por las escaleras obligándola a bajar rodando hasta los calabozos. En los días en que la señora Ventoldrá permaneció en la celda tuvo noticia de las torturas que sufrió
don Germán Tárraga Carrillo, de 27 años, a quien quemaron los pies con un soplete para que declarara y fue fusilado pocos días después.
Otra de las víctimas de Julián Grimau, tristemente célebre en Barcelona como interrogador y torturador, fue el Juez de Primera Instancia de Tarrasa,
don Joaquín Serrano Rodríguez, fusilado también en los fosos de “Santa Elena” del castillo de Montjuich el día
11 de agosto de 1938. Su viuda,
doña María Dolores Amorós Sabaté, vive actualmente en la calle Valencia nº 184, en Barcelona. Ha declarado que su esposo fue detenido el día
7 de mayo de 1938, trasladado a los calabozos de la “checa” de la Plaza de Berenguer el Grande, donde fue terriblemente maltratado para que declarara y, al no conseguir ninguna palabra de él, Julián Grimau mandó encerrarlo en una de las peores celdas de su “cuartel general”. Más tarde se le amenazó con llevar detenidos a su esposa y dos hijos pequeños, que tenían 7 y 2 años de edad, para hacerle hablar. Fue entonces cuando el señor Serrano Rodríguez dijo que le llevaran una hoja en blanco y la firmaría para que pusieran en ella lo que quisieran.
Doña Joaquina Sot Delclós fue también fusilada en el foso de “Santa Elena”, del castillo de Montjuich. Su hermana, d
oña Ana Sot Delclós, que vive en la calle Correal nº 19, de Gerona, declara que el día
primero de abril de 1938 fueron detenidas en la estación de Gerona por un grupo de seis o siete individuos que dijeron ser policías. Las hicieron volver a su domicilio, al que llegaron a las diez de la mañana. El grupo estaba dirigido por Julián Grimau y Joaquín Rubio. Durante el largo registro, Julián Grimau las amenazaba con la pistola apoyada en sus espaldas para que entregaran todo lo que tuvieran de valor. Las obligaron a preparar la comida y la cena para el grupo y después las trasladaron a Barcelona a la “checa” de la Plaza de Berenguer el Grande. Las colocaron en una habitación, cada una en un ángulo, separadas, de pie, sin permitirles descansar ni hablar. Así estuvieron tres días, bajo la vigilancia de Grimau y Rubio.
Fueron llevadas después a los calabozos de la Jefatura Superior de Policía, incomunicadas y sometidas a nuevos interrogatorios cinco horas más tarde.
Cuenta aún con horror doña Ana Sot Delclós, que su hermana Joaquina fue torturada por el propio Julián Grimau y arrastrada por los suelos, tirándole de los cabellos para obligarla a declarar. Cuando, antes de ser fusilada, vio a su hermana, aún tenía señales de haberle sido arrancados los cabellos. Y le confesó que en su calabozo había estado tres o cuatro días con un individuo que, según frases del propio Julián Grimau, había sido metido allí “para que saciara sus instintos de virilidad”. Este sujeto se portó correctamente con ella. Al parecer estaba detenido por delitos vulgares.
Otro testimonio dramático es el que ofrecen
doña Otilia Argente Roma y
doña Teresa Roma Argente -madre y hermana de un hombre que fue fusilado el día
11 de agosto de 1938 en los fosos de “Santa Elena”, del Castillo de Montjuich
-.
Don Eduardo Roma Argente, golpeado brutalmente por Julián Grimau en los interrogatorios, sufrió antes de morir todas las humillaciones de la “checa” instalada en la Plaza de Berenguer el Grande,de Barcelona.
Hay un testimonio, el de
doña Manuela Cuxart Salaet de Reniu, detenida y confinada, en el mes de
mayo de 1938, en la “checa” de la Plaza de Berenguer elGrande
, que revela una cruel y singular actividad de Julián Grimau: su actuación como “testigo de cargo” ante los tribunales, para acusar a los detenidos que iban compareciendo ante ellos, dando siempre la impresión de que las penas eran impuestas según sus indicaciones y por los cargos que hacía contra los detenidos.
Doña Mercedes Pla López, esposa del coronel de Caballería
don Luis Indart, después de haber permanecido tres meses detenida en los calabozos de la Jefatura Superior de Policía, fue llevada a la “checa” de la Plaza de Berenguer el Grande. En los interrogatorios fue tratada groseramente por Julián Grimau, que la amenazó de muerte si no respondía a los cargos que se le hacían, de los cuales él decía tener pruebas. Acosada por Grimau conforme a sus técnicas propias, se vio obligada, como en el caso del señor Serrano Rodríguez, a pedir un papel en blanco para firmar lo que Grimau ordenara. Ella sabía que Julián Grimau desnudó y torturó a
Joaquina Sot Delclós, también fusilada en los fosos de “Santa Elena”, según consta en este informe y había tenido noticias de haber sido brutalmente maltratada
Sara Jordá Guanter, fusilada después en los fosos de “Santa Elena”. Durante el tiempo que estuvo encerrada en la “checa” comprobó que Julián Grimau llevaba la dirección de los interrogatorios y aplicaba las torturas.
La viuda de
don Manuel Vara Colón, también fusilado en los fosos de “Santa Elena”, del Castillo de Montjuich, declara que, tras la detención de su esposo, hicieron un registro en su casa llevándose cuantas joyas y objetos de valor encontraron. Durante la estancia de su marido en la “checa” de la Plaza de Berenguer el Grande
, estuvo incomunicado y, por la apariencia externa que presentaba el día del juicio, no había duda de que había sido maltratado sin piedad.
Doña María Pons Madurell, cuenta el martirio de su hermano
don Antonio Pons Madurell, detenido por Julián Grimau, que actuó como “testigo de cargo” en el proceso y dirigió los interrogatorios y las torturas.
Asimismo
don Antonio Seseña Debén, funcionario del Ayuntamiento de Barcelona, y
don Celso Mira Martínez de Canturella, ingeniero industrial, pasaron por la “checa” que dirigía Julián Grimau, quien les hizo suscribir declaraciones falsas y actuó como “testigo de cargo” en el proceso a que fueron sometidos.
A este informe deberá unirse, para vergüenza de muchas gentes, el testimonio de
don Nicolás Riera Marsá Llambi, que vive en Barcelona, calle de Muntaner nº 575, consejero de “Industrias Riera Marsá”. Fue detenido a principios de
1938, estuvo en la “checa” de la Plaza de Berenguer el Grande
, que mandaba Julián Grimau, bajo la acusación de alta traición. Cuando se le ha preguntado ahora sobre aquellos días ha contestado:
«Sobre Grimau concretamente, debo manifestar que desde el primer momento demostró una vileza y una degeneración absolutas. Los interrogatorios los hacía él personalmente, acompañado, en ocasiones, por dos más y una mecanógrafa. Como actos graves conocidos, conozco lo realizado contra la integridad personal de don Francisco Font Cuyás, doña Sara Jordá Guanter y algunos otros cuyos nombres no recuerdo. Empleaba el tal Grimau un dispositivo eléctrico acoplado a una silla. Usaba también una cuerda de violín o de violonchelo puesta en un arco de violín, que provocaba, aplicada sobre la garganta del interrogado, una agobiante asfixia que enloquecía al torturado. Otros interrogatorios se efectuaban con el preso atado a un sillón de barbería, situándose dos individuos detrás de él, mientras Grimau hacía las preguntas con una luz enfocada a la cara del interrogado; si la contestación no era de su agrado recibía dos golpes simultáneos de los hombres situados a su espalda que lo dejaban, en primer lugar, baldado y, después, con un miedo atroz y una tensión nerviosa tan brutal que obtenía cuantas declaraciones quería, verdaderas o falsas. A uno de los detenidos, Juan Villalta Rodríguez, se le castró en la silla de barbero, donde existían unas placas eléctricas que le fueron aplicadas a los testículos, produciéndole quemaduras horrorosas. Este tormento también lo sufrió don Francisco Font Cuyás que, como el anterior, fue fusilado más tarde.
El señor
Riera Marsá añade:
“Las celdas de los sótanos empleados por esa “checa” en la Plaza Berenguer el Grande eran extremadamente pequeñas. Escasamente cabía un preso tendido horizontalmente y una banqueta y, en ellas llegó a tener once presos juntos durante dos meses, encontrándose también junto a los hombres una señora, Sara Jordá Guanter, y las hijas de un farmacéutico de la barriada de Sans que tuvieron que convivir todo ese tiempo privadas de toda comunicación.”
Indiscutiblemente Grimau fue uno de los hombres más nefastos de aquella época, que actuó con saña hasta el punto de acentuar su crueldad cuanto más débil era la víctima. Sería interminable la lista de testimonios de los que aún viven y fueron injuriados, maltratados y torturados sólo por el hecho de confesarse españoles y por no pensar como Grimau pensaba. Pero más numerosa aún es la lista de aquellos que no pueden testimoniar porque hace veinticinco años fueron asesinados por Julián Grimau y sus hombres.
Han pasado desde entonces veinticinco años. Pero los españoles que vivieron aquellas increíbles horas de zozobra y delación, de martirios y tiros en la nuca, no pueden, aunque quieran, olvidarlas. Y se hacen cruces contemplando la increíble ligereza con que ciertos sectores de la Prensa del mundo se aferran en estos casos a los burdos artilugios que los comunistas levantan para defender a sus fieles peones.»