Con ella se va apagando una generación imprescindible de intérpretes que llenaron el escenario y la pantalla y se hicieron querer a pesar de estar en un segundo plano. Ayer, la veterana actriz murió en Madrid a los 84 años.

Muchos la recordaremos como ese torrente de voz que salía de un corpachón maternal para llenar la pantalla, una voz que solía ir acompañada de una risotada muy humana. Podía ser como esa tía del pueblo que todos tenemos, o como la vecina de escalera que, cuando eres pequeño, te echa un cable cómplice y te prepara un bocata si has hecho alguna trastada. Los más veteranos quizá también la recuerden en sus tiempos jóvenes, cuando –cuentan– era una belleza, hace ya décadas. Florinda Chico tenía 84 años, casi 85, que hubiera cumplido el 24 de abril. Pero la muerte no quiso esperar más y la ha hecho reunirse con toda una generación de veteranos del cine y el teatro que nos han ido dejando en los últimos años, la de Tip, Mary Carrillo, Agustín González, Fernán-Gómez, Manuel Aleixandre, Juanito Navarro... O, años antes, Mary Sampere, Rafaela Aparicio, Gómez Bur y tantos otros.

El maestro Guerrero

Había nacido Florinda Chico en 1926 en la extremeña localidad de Don Benito. Viendo a las compañías de teatro que por allí pasaban supo qué quería hacer con su vida y a los 21 años llegó a Madrid con unas piernas que le valieron que más adelante Celia Gámez se fijase en ella y una simpatía sincera y natural que la acompañó como una marca. Pero antes de trabajar como actriz terminó sus estudios primarios, vendió helados, fue mecanógrafa en la ONCE y modista en una tienda de tejidos.

Un bautizo fue la oportunidad para conocer al maestro Jacinto Guerrero y poco después debutó en su compañía de revista con «La blanca doble». Allí estuvo hasta que Celia Gámez se la llevó a la suya en 1951 para ser primera actriz en «La estrella trae cola». La revista fue su hogar durante varios años: «La Cenicienta del Palace», «Las siete llaves», «Cinco minutos nada menos», «Las cuatro copas»... Incluso volvería al género años después, con Lina Morgan, en «Pura metalurgia», «Casta ella, casto él» y otros títulos.

María Fernanda Ladrón de Guevara vio en ella el talento cómico: estrenó «La Papirusa» y permaneció allí tres años. Con las compañías de Saza y Mary Carrillo pisó también el teatro Valle-Inclán. Y luego, el Español y el María Guerrero –que ahora son importantes pero entonces eran palabras mayores– con obras como «Los caciques». De 1957 a 1960 compaginó el teatro y la radio.

No se quedó ahí, y en 1968 se metió a empresaria teatral: en su compañía trabajó con Luis Sánchez Polak, «Tip», Guadalupe Muñoz Sampedro, Mary Begoña y María Isbert. Popularizó la figura de la sirvienta con una obra de Alfonso Paso, «Engracia la Cajetilla o ¡cómo está el servicio!». No era casual: un año antes había participado en la película «Las que tienen que servir», de Paso, con Concha Velasco, Amparo Soler Leal, Lina Morgan...

Por aquella época, mediados de los 60, la televisión llamó a su puerta: allí, en un éxito de la época, «La casa de los Martínez», conoció a Rafaela Aparicio. Y en cine, desde 1953, con «Intriga en el escenario», se sucedieron los papeles: «El inquilino», «Azafatas con permiso», «El hueso», «Esta que lo es», «Soltero y padre en la vida», «Madres solteras», «Haz la loca y no la guerra»... Empezaba a forjarse una imagen locuaz y simpática. Un personaje que la hizo ganarse al público.

Actriz dramática

No todo fueron papeles cómicos: con Saura descubrimos que podía entregarse hasta el desnudo, inolvidable su desinhibición de mujer ya madura en un top-less antológico en «Cría cuervos» (1976); con Giménez Rico se metió en el drama rural «Jarrapellejos» (1988), y con Mario Camus fue Poncia en «La Casa de Bernalda Alba» (1987). Podía ser una actriz tan dramática como cómica, aunque el público la conociera sobre todo por esta última faceta: «El calzonazos» (1974), con Paco Martínez Soria, «El alegre divorciado» (1976), donde repitió con el cómico, «Tres suecas para tres Rodríguez» (1975), «Los bingueros» (1979), «No hija, no» (1982), de Mariano Ozores... Y un sinfín de títulos, a menudo con pequeñas pero señaladas apariciones. Hasta un anuncio de arroz, acompañada de Rafaela Aparicio, se convertía con ella en algo casi familiar.

Papeles en televisión

Sus papeles televisivos de los 90 acentuaron esa imagen: Florinda Chico era la oronda y simpática señora mayor de «Taller mecánico», «Vecinos», «El sexólogo»... Y luego, durante un par de años, llegó el éxito de «Makinavaja», con la «Maru», la madre del carcelario protagonista salido del cómic de Ivà. Como el éxito también de «La casa de los líos», cómo no, haciendo de criada. La «maruja» y la «chacha» parecían perseguirla. Pero es que los bordaba. Nos deja eso, y no es poco: la memoria de una actriz entrañable a la que asociamos a dos o tres estereotipos. «Que me quiten lo bailao (la reina castiza)», en 2004, fue su despedida de los escenarios. Sus piernas empezaban a no dejarle trabajar bien. Ayer un principio de neumonía, que obligó a ingresarla el viernes, se llevó a la querida cómica en una clínica de Madrid. Tenía dos hijas de su primer matrimonio y estaba casada desde el año 1989 con Santos Pumar, gerente de su compañía.




DESCANSE EN PAZ